En El Agora no utilizamos el concepto de la violencia como un tema teórico, una cuestión de grandes orientaciones, sino como un componente esencial de nuestro entorno cotidiano, como una condición inalienable en la vida de cada uno de los habitantes. Sea cual fuere la forma en la que la violencia se manifiesta, impacta con una intensidad mayor que la que generalmente estamos dispuestos a reconocer, sea ésta la violencia que ejercen los otros, la que exhiben los medios de comunicación o los sutiles mecanismos del acto violento que impregnan nuestras propias vivencias.
Usar la violencia o sufrirla, abierta o soterradamente, es motivo de irritación, trastornos, malos tratos, opresión. En el ámbito cotidiano, la violencia puede tomar innumerables formas, devenir de múltiples causas y acarrear profundas consecuencias, pero hay una cuestión que se mantiene inmutable: la violencia genera víctimas.
Las demandas de seguridad son múltiples, a menudo antagónicas y se inscriben en una diversidad de situaciones. Pero, si tomamos como punto de partida la idea de democracia, podemos hacernos cargo de esta complejidad ya que antes de ser la expresión de una mayoría, el sistema democrático representa una herramienta útil para oponernos al abuso de poder contra personas o grupos, teniendo en cuenta también a las minorías. Este enfoque que sitúa a las diferentes violencias urbanas como abuso de poder abre una mirada diferente acerca de los protagonistas de la inseguridad urbana y, por ende, de las políticas de seguridad.
No hay posibilidad de plantear el problema de la seguridad en términos democráticos si no se reconoce la existencia del conflicto social como parte de la dinámica de los grupos humanos. En función de ese proceso, la cuestión de la seguridad aparece relacionada con las teorías de abuso de poder y, en este sentido, las demandas de seguridad implican el cese de alguna forma de abuso de poder.
Desde este enfoque, la noción de seguridad humana remite a seguridad en el empleo, en el ingreso, en la salud, en la preservación del medio ambiente, en la protección respecto del delito. La inseguridad deja de ser solamente un problema de criminalidad, y los códigos jurídicos y los sistemas penales, las únicas vías para resolver el problema.
La mayor inseguridad que sienten los ciudadanos en su vida cotidiana es consecuencia, entonces, de un abandono social. Se sienten abandonados por sus instituciones, por el personal policial, por sus vecinos, por su familia. Esta soledad se incrementa con la incertidumbre laboral, las malas condiciones habitacionales, la falta de servicios públicos adecuados, el pésimo estado de la salud pública, el aumento de las enfermedades, de los suicidios, de las adicciones; todas ellas manifestaciones de violencia que nos sumergen en estado de abandono.
Desde este marco, luchar contra la inseguridad, es comenzar a poner fin a este abandono, es pensar que todos los ciudadanos de una sociedad, de una ciudad, de un país, deben gozar los mismos derechos y deberes y tener acceso a la seguridad como un bien común.
Seguridad e inseguridad urbana se comprenden y explican a través del significado y las consecuencias que los procesos de exclusión y segregación social traen aparejados. Este es el punto de partida para la creación de mecanismos y estrategias de superación.
Asociación Civil El Agora
Marzo de 2007
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