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-A
partir del aumento del delito y, sobre todo, ante la importancia
que el caso Blumberg ha
tenido en los medios
masivos, el tema de la seguridad es hoy una creciente preocupación
en el debate público. ¿Cuál es su análisis
de los argumentos de la opinión pública sobre este
tema?
- Creo que hemos mezclado todo. El tema de la seguridad es un problema
de política
pública terriblemente complejo y la complejidad no se puede responder
con simplicidad. Me parece que lo que está en el debate público
es la búsqueda de respuestas a problemas no bien definidos.
Creo que el debate público actual no nos permite que hablemos de la
pobreza. ¿Existe más inseguridad para una persona que no sabe
si va comer o no; si va a ser echada de su precario trabajo mañana,
si tiene frío, si tiene dificultades para acceder a un hospital?
Pero hoy eso no se está discutiendo cuando se habla de seguridad. - Entonces, ¿cómo pensar esta
problemática en un país que tiene altos índices
de pobreza?
- Hay que diferenciar la seguridad del delito. Delito tiene que ver con el
Código Penal, con lo prohibido como conducta ilegítima; y cuando
hablamos de delito, tenemos que hablar de la cárcel, de la justicia
y de los policías. Y este triángulo del que hablo ha fracasado,
y tenemos que analizar y ver cómo resolvemos el problema.
Por el otro lado, tenemos el problema de la pobreza donde más de la
mitad de la población está con grandes problemas de inseguridad.
Para abordar este tema tenemos que hablar de una palabra que resulta trillada
y que es: “incluir” a la gente. Si alguien está fuera del
sistema debemos incluirlo, nuestras instituciones tienen que ser inclusivas:
nuestra escuela, nuestra policía, nuestros hospitales. Ése es
el gran debate: cuestionarnos si en este momento la gran mayoría puede
acceder a la escuela o al hospital. - ¿Cuáles, en su opinión,
serían las puntas para empezar a delinear una política
pública que tienda a solucionar esta problemática?
- Yo creo que la política pública debe tender a la inclusión
en las instituciones. Básicamente, la herramienta de inclusión
es el trabajo.
Históricamente, el trabajo como concepción era el que más
incluía a la gente, daba un lugar para compartir, una obra social y
grandes beneficios sociales. Hoy en día eso no lo tenemos o es muy precario,
entonces la primera política pública debe ser crear fuentes de
trabajo porque por el trabajo uno accede también a la educación,
a la salud y demás.
Por otro lado, también puedo hablar de una política criminal.
Eso es otra cosa. Entonces sí debería existir una reforma policial,
una reforma judicial, una reforma carcelaria porque esas tres cosas hoy no
funcionan. Pero, lo que hoy en día se demanda como “leyes más
duras” y pide más cárceles es una política pública
que no incluye al futuro. Nosotros somos una sociedad que no admitimos el futuro.
Tengo una mala noticia: cualquier cosa que hagamos no va a resolver el problema
hoy, son temas tan complejos que sólo se van a resolver si empezamos
a caminar hacia un futuro.
Pensemos en un ejemplo ambientalista: el que plantó árboles hace
cien años no vio nada de lo que estaba haciendo, plantó para
otra generación; hoy nos toca a nosotros ponernos a trabajar para un
futuro. En el presente podemos hacer algunas negociaciones para disminuir el
grado de violencia o sanear algunas cosas; pero si no tenemos buenos puestos
de trabajo que no sean tan precarios nada se va a solucionar.
Yo creo que los frutos se verán de acá a 15 años. Creo
que la idea es construir futuro. - En esta política pública a construir, ¿qué lugar
le cabe al Estado y cómo debe participar la ciudadanía?
- Yo creo que el Estado y la participación ciudadana se construyen juntos
Pero sí necesitamos más Estado para esta construcción,
sobre todo por el momento que estamos atravesando de tanta dificultad y tanta
fragmentación social.
El Estado con la gente participando y controlando esas decisiones debe ser
un aprendizaje Creo que hay que redescubrir –aunque parezca una mala
palabra– la política. La gran ausencia es esta práctica;
tenemos que encontrar una forma de manifestarnos y participar, pero estamos
en una contradicción porque sentimos mucho enojo con los políticos
y dejamos el lugar vacío...
Lo que nosotros tenemos que hacer es apropiarnos de la política porque
es el instrumento mejor diseñado para la democracia. - ¿Ud. cree que este pedido público
de “leyes más duras” podría derivar
en una intolerancia parecida a la de Brasil, donde para mayor
seguridad urbana tenían la idea de construir muros alrededor
de las favelas?
- Creo que esa intolerancia es producto de que no encontramos
respuestas, entonces nos volvemos más intolerantes y buscamos soluciones mágicas.
Porque en realidad las leyes más duras son soluciones mágicas
y no han dado resultado en ninguna parte del mundo.
Creo que sobre esto hay mucho para pensar si no entendemos las lógicas
de las mafias y del gran encubrimiento de la corrupción y si creemos
que con un muro podemos separar a los corruptos de los no corruptos. En ese
caso lo que haríamos es separar a pobres de ricos, pero tampoco funciona;
la “solución” habitacional de construir muros alrededor
de la propiedad privada no me parece el mejor sistema. Aunque comprendo que
desde el miedo uno invente muros, me parece que debemos derribarlos.
Mi propuesta sería tirar abajo todos los muros para que en el espacio
público podamos estar todos, no los “buenos” o los “malos”.
La idea es comprender un poquito qué le está pasando a quien
creemos la persona que va contra nuestros intereses y creo que ahora nos equivocamos.
No hablo de una equivocación a título individual pues hay que
comprender a la persona víctima de violencia y esa persona va a hablar
desde el dolor privado que le han ocasionado; pero ese sentimiento no es el
que genera una política pública. Las políticas públicas
no se construyen desde un golpe privado, no es así... no con leyes más
duras, ni con muros… eso es necio porque está demostrado que no
ha dado resultado.
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