Claudia Laub
* El reconocimiento de
la relevancia que tienen los temas de seguridad en el campo de
los fenómenos sociales emergentes en la última década
, la creciente importancia en el orden de las preocupaciones de
la población, así como de su creciente integración
en las agendas gubernamentales como fenómenos condicionantes
al pleno desarrollo democrático, al mejoramiento de la
calidad de vida de la población, y al crecimiento económico,
fundamentan la pertinencia de su integración en la agenda
de la producción académica que permita generar una
articulación entre la investigación, las políticas
públicas y las estrategias de intervención.
Hoy, en el marco de la globalidad, de la extensión de ajustes
económicos y regresivos, del incremento de la pobreza y
de la brecha entre quienes más y quienes menos poseen,
de los esfuerzos por generar condiciones para vivir con mayores
niveles de seguridad, obligan a incluir herramientas que permitan
involucrar nuevos actores, establecer alianzas y compromisos que
reorganice un movimiento en pos de la valorada meta social. Es necesario propiciar
el abordaje de la seguridad desde una perspectiva integradora,
reubicando el problema en un contexto más abarcativo que
el correspondiente a los ámbitos de justicia y policía.
Intentamos instalar el enfoque de la seguridad ciudadana desde
una óptica que superara el estrecho marco de la criminalidad.
El riesgo que se pone en juego cuando se habla de seguridad, es
que se pueda confundir la democracia, con sentimientos de peligro,
de miedo y de urgencia.
Las demandas de seguridad son múltiples, a menudo antagónicas.
La seguridad se inscribe en una diversidad de situaciones. Considerar
las diferentes violencias urbanas como abuso de poder nos permite
quizás tener una mirada diferente de los protagonistas
de la inseguridad urbana, y de las políticas de seguridad
urbana.
Seguridad e inseguridad urbana se comprenden y explican a través
del significado y las consecuencias que los procesos de exclusión
y segregación social traen aparejados. Este es el punto
de partida para la creación de mecanismos y estrategias
de superación.
Insistimos que la inseguridad no es entonces solamente un problema
de criminalidad. En general los modelos de seguridad urbana son
modelos de juristas. Se hace necesario retomar el tema de la gestión
urbana, para luego reintroducir lo legal.
Nuestros códigos jurídicos y sistemas penales no
son los únicos que deben ocuparse del problema. La inseguridad
que sienten los ciudadanos en su vida cotidiana resulta sobretodo
consecuencia de un abandono social. Los ciudadanos se sienten
abandonados por sus instituciones, por el personal policial, por
su vecindario, por su familia.
La soledad se incrementa por la incertidumbre laboral, las malas
condiciones habitacionales, el barrio sin servicios públicos
adecuados, las malas condiciones sanitarias. El aumento de enfermedades,
de suicidios, de adicciones, la violencia en todas sus formas,
pone de manifiesto este estado de abandono.
Enfrentar la inseguridad, es manifestar la voluntad política
de poner fin a este abandono, es pensar que todos los ciudadanos
de una misma sociedad, de una misma ciudad, de un mismo país
, pueden tener los mismos derechos y deberes, y tener acceso al
bien común que representa la seguridad. Frente a la criminalidad:
prevención y represión
Solamente si consideramos a la seguridad como un bien común,
ésta puede ser co-producida por distintos actores públicos
y privados. Esta coproducción implica organización
y reglas de funcionamiento transparentes siendo la ciudad el territorio
propicio para este desarrollo.
El poder público, reconoce la urgencia, recurre a la respuesta
rápida, y aparenta resolver el problema con más
leyes, más policía, más control y mayor aumento
de iniciativas privadas. Son medidas que impactan, pero no tienen
ningún efecto tangible en las calles de las ciudades. La
ley es la mejor herramienta para fortalecer la seguridad, para
marcar los límites del conflicto, para consensuar los valores
que no deberían ser transgredidos. Pero la ley no es la
única respuesta. Existen en el seno de la sociedad otras
alternativas que la consolidan y complementan ya que la urgencia
y la desesperación no nos autorizan a dar respuestas rápidas,
erradas, costosas que no tienen nada que ver con el problema real.
No podemos imponer un modelo de prevención , pero si responsabilizar
a cada uno en su nivel. Nadie se debe lavar las manos. El mejor
nivel para pre-ocuparse por la prevención de la violencia
es aquel donde uno está. El peor daño es el de hacer
recaer la prevención en un solo nivel de intervención,
como lo es el sistema penal.
La prevención tiene que operar sobre los factores de riesgo,
es decir reforzar los factores de protección como son la
educación, la autoestima, la capacidad de resolver los
problemas por fuera de la violencia, la oferta de posibilidades
de reparación , la ayuda a los agresores. Es necesario
tener un régimen alternativo de penas, cuya ejecución
sea creíble, con el compromiso de todos así como
la intervención en el mercado de armas y drogas que parece
estar protegido y seguro y del que no parecen estar excluidos
los chicos.
La represión también debe servir, pero eficazmente
y no transformarse en un instrumento de reproducción y
agravamiento de los problemas. La represión tiene sus limites,
muchos de ellos financieros, por lo que es imprescindible una
perspectiva de equilibrio entre prevención y represión.
Cada una tiene campos precisos de acción. Una no puede
reemplazar a la otra, ni paliar la ausencia de la otra.
Debemos aclarar, para los economistas, que la inversión
en represión es mucho mas costosa en sentido económico
así como humana, que la prevención que es una inversión
de gran rentabilidad humana con muy bajo costo, siendo a veces
una simple redistribución de recursos. (el
articulo continua. Para más información sobre el
artículo envienos un e mail: a elagora@arnet.com.ar) Volver
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