Mario Rovere es un reconocido referente en el ámbito sanitario del país,
docente de salud pública en la Universidad Nacional de Buenos Aires; asesor de
la secretaría de Salud Pública de Rosario; coordinador de la asociación civil El
Ágora, y consultor de la Organización Panamericana de la Salud. De visita en
Córdoba para inaugurar el ciclo de conferencias “La salud en la ciudad”,
organizado por la Municipalidad capitalina, subrayó que entre las principales
deudas sanitarias que tiene el país se cuenta la inexistencia de un sistema
único de salud pero, sobre todo, los miles de argentinos que no tienen acceso a
la atención, una realidad soslayada.
Remarcó además la importancia de la
atención primaria, estrategia apoyada en la declaración internacional de Alma
Ata de 1978, que generó un cambio profundo en la manera de encarar la salud,
hasta ese momento sólo centrada en el modelo hospitalario, orientado a paliar la
enfermedad.
–¿Cómo se ve hoy la atención primaria, a 30 años de la
declaración de Alma Ata?
–A nivel internacional hay una situación de
crisis en la salud, pero también en otras áreas, vinculada a la crisis
alimentaria. Y en ese contexto se está relanzando la política de atención
primaria. Pero relanzar no es hacer lo mismo que se planteó hace 30 años.
–Muchos objetivos no se alcanzaron...
–Sí, pero no fue
por ineficacia sino por una política con mucho financiamiento detrás, por parte
del Banco Mundial (BM), para enterrar los principios de Alma Ata.
–¿Porque no es la salud de la población la que mueve la rueda del
dinero, sino la enfermedad?
–Exactamente. Y por eso, la fuerza que
trae hoy la atención primaria no es nostálgica, sino la fuerza de lo que fue
intencionadamente reprimido. Es explícito, e incluso hubo alguna especie de auto
confesión de funcionarios del BM sobre un intento de cambiar la agenda de Alma
Ata en los ‘90. Por eso, su regreso es también una forma de plantear el fracaso
de la política sanitaria de los ’90 en América latina en general y en Argentina
en particular. Eso incluye la desregulación de la salud, el hospital de
autogestión, los sistemas que por un lado tienden a la privatización y por otro
al funcionamiento privado de lo público...
–¿Qué hay que hacer para
que la estrategia ahora se instrumente?
–Hay dos componentes
estratégicos de la atención primaria que el país nunca asumió, y que no fue
casual que quedaran afuera: la articulación intersectorial y la participación
social en salud. Las dos cosas fueron eliminadas en esta estrategia en el país.
El desafío es que en ningún lugar hay reformas profundas en la salud, sin una
instalación de esa reforma en la cultura de la población.
–¿No cree
que acá la población tiene un modelo muy “hospitalario” de la salud?
–Creo que a la población nunca se le ofreció un debate al respecto.
Y creo que la población supone que los médicos sabemos lo que es bueno para
ellos, lo cual podría ser un grave error... Pero sí es cierto que acá hubo
actores concretos, con nombre y apellido que generaron el sistema sanitario que
tenemos. No fue producto de la generación espontánea. Y ahora la historia está
abierta.
–¿Ya hay masa crítica en la Argentina para avanzar en ese
camino?
–Yo diría que empieza a haber masa crítica a nivel nacional
para hablar sobre el tema. Hasta hace poco, en cambio, no se podía ni mencionar
“sistema único de salud” ni a nivel nacional, provincial o municipal. Y ahora
por ejemplo Santa Fe ya hizo una declaración pública de que empieza a caminar
hacia un sistema único. Ese modelo, aunque es mixto, coloca al sector público en
el eje de gravedad. Y un elemento fundamental es un sector privado regulado.
Pero en la Argentina tenemos la situación de las prepagas, en una especie de
papelón internacional, que implica tener un subsector financiador de la salud
regulado por las leyes de comercio. Eso es impresentable, pero es parte de los
equilibrios y las cuotas de poder.
–Y la inexistencia de un sistema
único es una de ellas.
–Digamos que es una deuda fuerte. Pero
también hay otras muy importantes que atañen directamente al sector público, y
que es que la Argentina tiene que admitir que hay excluidos absolutos del acceso
a los servicios de salud. No se puede seguir sosteniendo que la Argentina tiene
cobertura de todos porque se saca la cuenta de que los que no están cubiertos
por la seguridad social, están cubiertos por el Estado. Eso es ciencia ficción.
Mucha gente (casi el 10 por ciento) supuestamente con cobertura pública, en la
realidad no accede al sistema de salud porque no hay ningún puente entre ellos y
los servicios de salud. El porcentaje se duplica cuando se habla de acceso al
segundo y al tercer nivel.
–Tal como planteó la ministra de Salud,
Graciela Ocaña, el sistema no se ocupa de buscar a los que no llegan.
–Sería la primera vez que un ministro de Salud plantea el tema de
los que no llegan. Y vale la pena señalar que la primera ministra no médica del
área, es la primera y la única en decir que hay excluidos del sistema. Y eso es
llamativo.
–¿Usted cómo lo interpreta?
–Creo que el
sector salud construye una estructura discursiva endogámica, que tiende a poner
afuera a todo lo social y sus determinantes. A su vez, incluso en atención
primaria, a nivel nacional, mi sensación es que eso parecía una gigantesca
coartada para no invertir en el segundo y tercer nivel de atención
(especialidades, internación). Y eso hace que la atención primaria se transforme
en contención primaria, puesta sólo a hacer el aguante.
–¿Cómo se
puede hacer para incluir a los que hoy están afuera del sistema?
–Habría que propiciar la necesidad de crear una especie de nivel
“cero”. El “cero” para el sector salud sería entender que un escenario donde
debe actuar es donde la gente vive, estudia, trabaja.
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